Y no hubo mariposas

Siempre estuvieron presentes, en noches frías y duras de esta, mi tierra del norte.

Sentí su aleteo al compás de la nostalgia.

Sentí el crujir de las crisálidas rompiéndose, dejándolas salir durante años evocando una imagen lejana.

Así que me arme de valor y decidí dejarlas volar a su antojo, permitir el vuelo libre de sus pequeños cuerpos en el mío.

Fue grande la sorpresa al ver que ya no salían de sus capullos.

Y esta vez no le rompí las alas, no les quite el calor ni inunde de insecticida su entorno.

Simplemente no salieron.

Están ahí, esperando su momento, lo sé porque son mías, me pertenecen.

Lo que no sabía es que el miedo puede hacerlas igual de cobardes que a mí.

Ni los deseos antiguos, ni las ganas pendientes, ni los nuevos afectos, ni siquiera el clima tropical en el que las envolví consiguieron hacerlas batir sus alas de nuevo.

Solo el sonido, casi imperceptible de una oruga convirtiéndose en crisálida fue el único cambio que se efectuó en ese lugar donde guardo los sentimientos.

Su ausencia me confunde, me hace fuerte y me entristece. Hace que me plantee si algún día romperán esa cárcel que le fabrique y volverán a volar alegres, sin miedo, sin recuerdos antiguos, sin viejos dolores, si volverán a ser como aquella vez.



Paz

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